viernes, 5 de diciembre de 2008

El invento que cambiará la historia. Día 66

Murat se plantó despacio, elegante con su maletín de las maravillas, buscando la espectación de la muchedumbre distraída en mitad del "feribot". Un fracaso. Cada cual a lo suyo, el que más hablando por el móvil, el que menos fijando la mirada en las aguas del estrecho, y unos pocos al periódico; pero ninguno atento más allá de su nariz, como manda esa ley no escrita de las grandes ciudades.

Murat, ajeno a la indiferencia, se limitó a abrir su maletín. Sabía lo que se hacía, sin nada que perder y mucho que enseñar, tenía muy claro como ganarse a tan apático público. No en vano venía a presentar lo que a su juicio a revolucionaría a la humanidad.
"Señores y señoras, permítanme que me presente, me llamo Murat, he venido desde las lejanas tierras del lago Çıldu para mostraros el invento que cambiará la Historia. Tras muchos años experimentando en busca del elixir de la vida, el destino ha querido mostrar a mis ojos la Revolución. Y he venido a esta ciudad de la luz, a este centro de la humanidad para revelar el secreto ante ustedes."
Ante semejante presentación, ya no existía periódico, gaviota o vendedor de zumos que pudiera distraer la mirada de los viajeros sobre Murat y su misteriosa mercancía. Nada tenía entre manos ni llamaba la atención salvo su labia y sus pantalones bombachos. Y una sonrisa de oreja a oreja al ver la primera parte de su misión cumplida.
"¿Cuáles de ustedes no ha querido que la fruta nunca se pudra? ¿Quién jamás pensó en que las delicias de la naturaleza no tuvieran fin y estuvieran para siempre al alcance de nuestra mano? ¿Acaso la mente humana es capaz de imaginar que el tiempo se detuviera para saborear los manjares de nuestra hermosa Tierra sin miedo al marchitamiento? Pues son estos los deseos que a partir de hoy todos ustedes podrán cumplir."
En cuanto pronunció estas palabras todo el mundo se agolpó a su alrededor, expectante de lo que pudiera sacar de su maletín de alquimista. Solemne como su propio discurso, se agachó para sacar dos objetos. La multitud se descolocó al ver en su mano izquierda un extraño tubo de plástico verde, y a su diestra un limón, amarillo como cualquier otro, ovalado como todos. Y continuó hablando:
"A partir de hoy, como les he dicho, nunca más volverán a vivir la misma vida."
Ante la decepción de unos pocos y la carcajada de los muchos, Murat clavó sin esfuerzo el tubo dentro del limón, y apretándolo extrajo parte del jugo, que se quedó retenido en la parte superior de aquel invento que, revolucionario o no, simplemente servia para exprimir la fruta sin necesidad de abrirla. ¿Quién no ha tenido jamás un limón pudriéndose en la nevera? A partir de hoy, nunca más.

Puede parecer que esta historia es una chorrada, pero creedme que es posible vender cientos de "tubos exprimelimones" a una lira la unidad en cuestión de 5 minutos. Cualquiera que se pase por los vapores que cruzan el Bósforo tiene muchas posibilidades de encontrarse a alguno de estos vendedores ambulantes que algunos como Murat con más arte y otros con menos, venden este artilugio digno del más glorioso de los "todosacien" o "todosauneuro". Y el arte ambulante nunca está mejor recompensado que en el caso de Murat, nombre inventado para un personaje real que a buen seguro vende 5 veces más que cualquier otro.

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