domingo, 21 de diciembre de 2008

Todo lo bueno se acaba. Día 82


Zeynep ha querido coontraatacar y ofrecerme una sorpresa navideña como la que yo le hice ayer mismo. A fé que lo ha conseguido, en menos de 24 horas y con apenas una noche en la que hemos estado separados desde entonces, me ha escondido en los bolsillos algunos regalos, pero ninguno tan hermoso como ella misma.

Ya no hay marcha atrás, apenas dos días me quedan en la ciudad, un escaso margen después de toda una temporada otoñal. Hoy es el cambio de estación, y con el invierno entrante también llega mi partida. Es inevitable, pero como en todas las grandes historias si no existe un magnífico final, no existe historia. Y no hay mejor rótulo de despedida que el mar a mis pies, los barcos disolviéndose entre mezquitas en el horizonte y las gaviotas chillando de felicidad por las aguas infestadas de peces.


İstanbul es la ciudad de los contrastes, nada es normal. Aquí el tiempo pasa veloz y frenético entre semáforos, coches y muchedumbres; sin embargo se detiene a descansar en los barcos, suaves, lentos, deliciosos a sorbos de té. Uno puede quedarse sordo entre los gritos de los vendedores del Gran Bazar, y apenas a 500 metros relajarse entre las alfombras mientras te convidan a un café y un poco de conversación a la espera de que, si te animas, compres, pero sin la presión del regateo infinito y del estrés del mercado. Pasar de los gritos en los puestos de pescado de Bostancı a las exclusivas tiendas de moda de "Bağdat Caddesi".

Uno se mueve por las destartaladas aceras de İstanbul, al tiempo que disfruta de sus cuidados jardines o sus hermosas mezquitas. Se puede saborear pausadamente un kebap preparado al ritmo infernal de una producción industrial, "fast food" a la turca: sabrosa, sana y variada. Todo aquí es extremo. El mundo se acelera y se frena a cada paso, en cada esquina. Desde la sobrepoblada y modernísima avenida İstiklal se puede bajar a los tranquilos bares de nargil en Tophane o al hermoso y sobrecargado palacio Dolmabahçe, todo ello cruzando por la atemporal y exquisita "Cezayir Sokak" (Calle de Argelia).


De la misma manera, uno puede sentirse un extraño en los alrededores de Çarşamba Sokak, en el distrito de Fatih, donde la ortodoxia musulmana mira con malos ojos a turistas y personas que no están comprometidas con el İslam (malos ojos que no violencia física) y en apenas 15 minutos de tranvía plantarse en la bulliciosa Beyoğlu, centro cultural de İstanbul y lugar donde la más variopinta turba se expresa de todas las maneras posibles; o vivir el ambiente acomodado y liberal de Kadıköy.

Es extraño pero cierto. İstanbul es una gran masa urbana repleta de movimiento, donde la teoría física del equilibrio de masas cobra sentido social. No hay acción sin reacción, no hay pausa mientras exista alguna circunstancia que lo impida. En este caso istanbulita son sus puestos de fruta y flores por las calles, colores por doquier, muchedumbres moviéndose en sentidos opuestos con caras largas pero amables en el roce. Son hombretones muy machos que se deshacen en amabilidad en cuanto se necesita, mujeres coquetas y sexys compartiendo conversación con recatadas féminas adscritas a la vestimenta religiosa musulmana. Todo es vida en la ciudad, 24 horas al día.


Parece extraño, pero la multiculturalidad y el respeto que se siente en este lugar contrasta con las ideas preconcebidas que un occidental se trae de los "avanzados" países del oeste. İstanbul es una mezcla de Londres, París y Teherán, donde en cada calle convive sin ser diferenciable lo progresista, lo tradicional y lo clásico; lo conservador, lo moderno y lo transgresor; lo urbano, lo folklórico y lo poético; lo humano, lo soñador y lo mágico... cualquier contraposición imaginable se puede aplicar a mis sentimientos respecto a la dualidad extrema de esta ciudad que me ha atrapado irreversiblemente.


Todo lo bueno se acaba, pero a buen seguro que algo mejor vendrá. İstanbul fue un sueño durante muchos años y una obsesión durante los últimos meses. A partir de ahora... será una alegría, un suspiro de felicidad después de cada taza de té que me tome desde hoy en adelante.

Pero volveré...

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