Epílogo

Han pasado casi 9 meses desde que me marché de İstanbul, y casi un año desde la primera vez que me deslumbré ante su belleza. Estoy de vuelta, esta vez como viajante de corto recorrido, apenas 6 días que terminan hoy. La ciudad me ha recibido como siempre, con los brazos abiertos y siempre ofreciéndome el favor de las casualidades, la capacidad de encontrar, desde la ignorancia, el mejor sitio para admirarla, como una mujer que sabe que te gusta y le encanta exhibirse con sus mejores galas.


En ningún momento he sentido que me he marchado, mi vida ha cambiado muy poco en este tiempo, y a decir verdad, con el riesgo de parecer pesimista, no he tenido un buen año, que tampoco podría decirse que malo... El caso es que de nuevo en İstanbul me siento en casa, feliz en cada esquina, con cada privilegiado lugar que tengo la fortuna de encontrar casi siempre por puro azar.

Estamos en el mes del Ramadán ("Ramazan" en turco), con todas esas prohibiciones que los musulmanes tienen durante estos 28 días de su calendario lunar. Yo he llegado precisamente en el ecuador del mismo, con la brillante luna turca en su máximo explendor, el mismo plenilunio que atrajo al sultán Mehmet II para abrir una herida en las murallas de Constantinopla y hacer supurar desde ahí el pus infecto de la decadente Bizancio (con perdón de los amantes del Imperio Romano de Oriente).


Como digo, estamos en Ramadán, yo no se en otras ciudades, pero lo que es en İstanbul se vive de una manera bastante especial. Es una mezcla de picnic y Navidad veraniega. La gente acude en familia a los jardines de Sultanahmet (y también de otras zonas) con mantas y sillas para cenar en comunidad después de la preceptiva señal desde las mezquitas cercanas. La zona está repleta de puestos de comida y de helados (especial atención al helado "maras", no quiero decir más, simplemente si teneis ocasión, pedirlo en alguna heladería que tenga unas campanillas colgando), a la espera de la hora justa para servir a la jauria hambrienta su merecida cena después de toda una jornada de ayuno. Hay música, espectáculos y mucho ambiente de fiesta, nada que ver con la imagen de ascetismo que esperaba.


Existe también en los restaurantes el "Menü İftar", el menú de Ramadán, donde por un precio módico (entre 15 y 40 liras) te puedes poner como el kiko comiendo sabrosa carne de cordero y otros manjares deliciosos, así como dátiles, mermelada y otros productos dulces para recuperar la energía. Yo he ido al Restaurante Alemdar, en la bajada del tranvía por la calle del mismo nombre, donde por 30 liras he disfrutado del típico "fasıl ramazan", una cena de ramadán con música y la hermosa luna llena de İstanbul reflejada sobre la imponente cúpula de Ayasofya, un espectáculo visual simultáneo al gastronómico.

La cena ha sido una crema de verduras, ensalada de pepino y tomate, acompañada de jamón de ternera, olivas, dátiles y panecillos con mantequilla y mermelada; a su lado "çiğköfte", un "meze" (entremés) picante que se sirve frío envuelto en hojas de lechuga; como plato fuerte un "urfa kebap", un trozo de carne de cordero en forma tubular, que se sirve con ensalada de pimiento y tomate asado y un poco de arroz; para terminar un delicioso postre de ramadán, el "güllaç", una suerte de arroz con leche ultraespeso relleno de pistacho y pétalos de rosa. Todo esto, como digo, en la terraza superior del Restaurante Aldemar, con la luna y Ayasofya como invitados de lujo, y Zeynep como compañera de aventura...


Zeynep... estos días han sido también los de mi reencuentro con ella, que me sigue haciendo sentir el hombre más feliz del mundo. Ha sido especial sentir que el tiempo no ha pasado, que lo que surgió durante mi vida estambulita sigue despierto, y que probablemente el futuro me siga dando las mismas satisfacciones que me dio el pasado. Creo que no hay mejor epílogo que saber que la historia sigue sin final, que İstanbul sigue siendo tan hermosa a pesar del tiempo, y que Zeynep es cada día más parte de mi propia carne.

Soy un hombre tremendamente feliz.